martes, 21 de septiembre de 2010

Eramos Felices

De repente siento que mi vida se convirtió en una sinopsis de una película ó tal vez siempre lo fue, solo que nunca reconocí esos elementos que la catalogan en el genero de drama romántico ó en el peor de los casos, en una comedia de humor negro que a carcajadas se burla de mi.

Hoy caminaba mientras veía a los estudiantes celebrar su dia bajo un cielo gris y todo nublado, alegres jugaban ignorando el hecho de que esta a punto de largarse a llover, ó tal vez intentaban cubrir ese mismo hecho con risas y uniformes bordó. -Que lindo es este país en el que vivo-, pensé, -celebrar la primavera es tan pagano que solo a los argentinos se les podía ocurrir-. Una imagen me llego a la cabeza y mis labios de manera casi imperceptible dijeron: ---éramos felices-. Yo que soy una persona idealista del amor, y por ende un empedernido a la melancolía del pasado, no pude dejar de reparar en esas dos palabras. -¿Quiénes éramos felices?- Me pregunté. ¿Se puede hablar de un nosotros cuando el tiempo de una relación ha sido corta y ni siquiera se consumó?-. Me sentí estupido, pero luego me permití ese sentimiento de poder hablar de un nosotros, porque fue hermoso, porque no importa que únicamente haya sido un instante, una olla verde y un beso nervioso en la puerta.

Es curioso como la vida es tan azarosa, como de repente existimos en nuestra brutal existencia y no tenemos dominio sobre ésta. Seria completamente ingenuo pensar que podemos apoderarnos del devenir, y testarudo otorgarle un sentido místico de destino, porque la realidad es cruel cómo también lo es hermosa, porque hoy ya sé que esa otra persona no esta y capaz me duele, pero hace poco tiempo en un presente no lejano agradecí vivir un abrazo interminable.

Siempre lo he dicho, creo en la resignificación del acto amoroso, del discurso de amor; Alan Resnais ya lo filmó y Deluze ya lo teorizó, porque un nuevo amor redime a uno viejo, lo libera, descubre algo nuevo, reconstruye una herida vieja, y pide prestado algo de un pasado amor; tal cual como la novia el día de su boda, vestida de blanco, debe de tener algo nuevo, algo usado, algo presado y algo azul.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Un poema de Lorca circundaba mi cabeza, la de Ignacio. Las nubes oscuras que no parecían aclarar daban la luz perfecta tras el ventanal, una prenda vieja y poco usada llevaba el nombre de varios cuerpos masculinos que fueron, son y siempre serán ausentes, sin embargo esa mañana como por obra de magia todos y cada uno de ellos eran esa tela, eran UNO mismo, una gran comunión y mi saliva el vino.

Textos varios de entre tablas, entre camas, entre sueños y entre susurros brotaban de mi boca, pero como si le hablase a mi reflejo, las respuestas que oía eran los residuos del aire perturbado por mis palabras dichas hace segundos atrás.
El obturador sonaba.

Ignacio ahora estaba en una encrucijada y en un momento deseo que fuese épica, llena de extras, parafernalia y efectos especiales, luego se arrepintió, tanta sangre y multitudes de gente podrían ponerlo más nervioso aún, así que se quedo más tranquilo al aceptar que en este juego el cual yo creía que jugaba, solo y unicamente habían tres.

La canasta roja que tenia colgando en su antebrazo llevaba pan, sal y miel, era un regalo, uno de esos que a él tanto le gustan hacer, estaba dispuesto a probar, así que parado frente a la cajera que le sonreía con una hipócrita cortesía similar a la de los retratos pintados de monarcas, recibió un llamado… hubo una pausa, la gente atrás suyo en la fila algo murmuró.

–Mejor no llevo nada- le dijo Ignacio a la cajera, y fui yo en ese momento el que falsamente sonrió. Ignacio decidió hacerse a un lado, no solo en la fila del supermercado, sino entre dos hombres que ya no me pertenecerían nunca más.